Por Óscar Díaz/Colaborador de MGNews
Estados Unidos es una democracia consolidada en 248 años de historia que mantiene muchas tradiciones de sus primeros años como país libre.
En ello se incluyen muchos aspectos relacionados con la elección de sus autoridades federales, estatales y municipales.
Una de las primeras situaciones que llaman la atención es el día escogido para celebrar sus elecciones.
Para este año, la elección presidencial, de un tercio del Senado y la totalidad de la Cámara de Representantes será el martes 5 de noviembre.
Pero ¿por qué martes si la mayoría del resto de países (incluido El Salvador) lo hace los domingos cuando los electores no están trabajando?
La explicación se remonta a 1845, cuando el Congreso estadounidense aprobó una ley federal declarando que el primer martes de noviembre sería el día de las elecciones.
Estados Unidos del siglo XIX era en su gran mayoría rural y los legisladores de la época tomaron en cuenta que muchos ciudadanos eran granjeros.
Que vivían lejos de los centros de votación y a muchos les tomaba hasta dos días llegar a caballo para ejercer su derecho a elegir autoridades.
Noviembre fue considerado una buena época para elecciones, porque la temporada de cosecha estaba próxima a finalizar, explica el sitio en internet de la organización América 250.
La primera elección en el penúltimo mes del año fue el 7 de noviembre de 1848 y el ganador fue Zachary Taylor, el décimo segundo presidente de Estados Unidos.
¿En qué consiste el Colegio Electoral?
Otro aspecto que difiere del resto del mundo es que el ganador de las elecciones presidenciales lo define un organismo llamado Colegio Electoral.
En términos prácticos, cada uno de los 50 estados tiene un número de delegados al Colegio Electoral, de acuerdo con el tamaño de su población.
En la gran mayoría de estados (con excepción de Maine y Nebraska) el ganador de la elección se lleva todos los delegados.
California, el estado más poblado de Estados Unidos, tiene derecho a 54 delegados en el Colegio Electoral, mientras que jurisdicciones más pequeñas en población, como Wyoming y Dakota del Norte, solamente tienen derecho a tres delegados.
Al final de la noche electoral, lo que importa es que cada uno de los candidatos va sumando delegados en el mapa y la cifra mágica es 270 para afianzar los compromisarios suficientes.
Por ello es que la elección de 2024 se terminará decidiendo en siete estados indecisos: Pensilvania, Nevada, Arizona, Michigan, Georgia, Carolina del Norte y Wisconsin.
Por eso motivo los candidatos presidenciales Donald Trump (republicano) y Kamala Harris (demócrata), junto a sus compañeros de fórmula, se multiplican para aparecer en la mayor cantidad de mítines en los estados indecisos, mientras invierten millonarias campañas de televisión en esas regiones.
Los candidatos han sumado multimillonarios para que les apoyen en estados indecisos.
Elonk Musk, fundador de Tesla, es el principal donante de la campaña de Trump, aparece en mítines y aprovecha la red social X, que compró hace un par de años, para resaltar debilidades de Harris y promover a Trump.
Por el lado demócrata, el multimillonario Mark Cuban, más conocido por ser el dueño de los Dallas Mavericks de la NBA, ha aparecido atacando la propuesta económica de Trump de imponer aranceles altísimos a productos chinos.
Volviendo al Colegio Electoral, ¿puede un candidato ganar el voto popular y perder la elección en esa instancia? Sí.
El caso más reciente ocurrió en las elecciones de 2016, cuando la candidata demócrata Hillary Clinton obtuvo el 48.2 % de votos, contra el 46.1 % del republicano Donald Trump.
Sin embargo, el magnate inmobiliario terminó siendo presidente porque ganó en estados indecisos y sumó 306 delegados en el Colegio Electoral, contra 232 de Clinton.
Al caer la noche el 5 de noviembre, quienes siguen la política estadounidense se sentarán frente a su televisor y sintonizarán alguna de las cadenas de noticias para ver los resultados, mientras el mapa se va tiñendo de rojo (republicano) y azul (demócrata) a medida que van cerrando las votaciones.
*Esta columna fue publicada originalmente en Diario El Salvador.