Hoy se cumple la primera semana del ataque en la escuela Apalachee

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A esta hora de la mañana el pasado miércoles todos los niños y adolescentes de la secundaria Apalachee del condado de Barrow, en Georgia ya estaban en clase.

Parecía un día completamente normal y como siempre algunos estudiantes llegaron tarde…

Entre ellos estaba Colt Gray, un chico estadounidense de la raza blanca y de apenas 14 añitos.

Media hora antes de que él arribara al plantel educativo, su mamá había llamado al colegio para reportarles que algo malo estaba pasándole al jovencito y que requería ayuda inmediata.

Se desconoce la acción o cómo las personas que atendieron su llamada habrán tomado dicho mensaje de alerta, pero lo que sí es un hecho, es que lo que Colt estaba por hacer es lo peor que ha ocurrido en este país en lo que va del año.

Una vez en el colegio, el muchacho sacó su rifle AR-15 que su papá le había dado a finales del año pasado como ‘regalo de Navidad’ (vaya regalito).

Lo que siguió después fue una masacre

Y con semejante metralleta se puso a dispararle a todo el que se cruzaba por su camino. Al final, mató a cuatro personas (dos maestros y dos alumnos) e hirió a otras nueve.

Entre las víctimas se encuentran al menos tres jóvenes de ascendencia mexicana, todos de la misma edad que el presunto tirador.

Christian Ángulo, quien desgraciadamente falleció y su familia se apresta para sepultarlo la próxima semana.

También Melany García, quien ya se está recuperando de las heridas tras ser sometida a una complicada cirugía para poder salvar parte de su brazo y mano, así como para reconstruirle su muñeca.

“Algo que jamás podré olvidar”

Y Ronaldo Vega, a quien le fue relativamente mejor, ya que sus lesiones fueron más leves, más no así las de su corazón.

“Aún siento como que lo que me tocó ver y vivir no fue algo real, como si se trató de una película”, declaró ayer el muchacho ante las cámaras de MGNews.

Según el adolescente, nunca podrá borrarse de su memoria la imagen del sospechoso armado abriendo fuego a quemarropa contra todo lo que se movía.

Ronaldo cuenta que en el lugar donde él estaba disparó por lo menos unas 15 veces y que su reacción fue correr a esconderse detrás del escritorio de su maestra.

Fue ahí donde se dio cuenta de que estaba sangrando de una de sus piernas y brazo. Al cabo de unos minutos los tiros cesaron y entonces aparecieron las autoridades locales a rescatarlos.

En el hospital a donde fue trasladado para ser tratado, le informaron que de milagro no había sido baleado, sino que solo fue herido por las esquirlas. Para no dañarle nervios ni nada más, decidieron dejárselas en su cuerpo.

Él sabe que esas marcas y cicatrices son poco comparadas con las que hay en su cabecita por el pavor que sintió ese día y de paso, el sentimiento de que hubo quienes que, a diferencia de él, no vivieron para contarlo.

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